Armada de México
El 1 de junio de 1917, V Carranza firmó un decreto, por el cual los marinos en las naves mexicanas debían ser ....Mexicanos y la creación de un Departamento de Marina en la Secretaria de Guerra, Posteriormente en 1942 Manuel Ávila Camacho le otorga rango de Secretaria de Estado.
La Marina de Guerra mexicana, logró hacer efectiva la rendición de las tropas españolas que se resistían a reconocer la Independencia de México, mismas que estuvieron atrincheradas por espacio de varios años en la fortaleza de San Juan de Ulúa.
La Marina de Guerra mexicana, logró hacer efectiva la rendición de las tropas españolas que se resistían a reconocer la Independencia de México, mismas que estuvieron atrincheradas por espacio de varios años en la fortaleza de San Juan de Ulúa.
El 28 de septiembre de 1821, un día después de que Agustín
de Iturbide entrara triunfalmente a la ciudad de México, se proclamó
oficialmente la independencia. En Veracruz se encontraban aún presentes tropas
españolas al mando del Brigadier José María Dávila, Gobernador del puerto,
quien se negó a reconocer la Independencia.
En espera de instrucciones procedentes de La Habana, Cuba,
el 26 de octubre de 1821 Dávila decidió trasladarse a la Fortaleza de San Juan
de Ulúa y desde ahí efectuar la resistencia. Al mando de 200 soldados de la
guarnición, tomó la artillería que necesitaba e inutilizó la que no podía
llevar, tomando además noventa mil pesos de la Tesorería del
Ayuntamiento. Ya en la fortaleza, izó la bandera española.
Al enterarse de las intenciones de Dávila, Agustín de
Iturbide, ya investido del título de Almirante Generalísimo, designó al General
Manuel Rincón como Comandante de la plaza veracruzana el 27 de octubre de 1821.
En la Fortaleza, Dávila recibía apoyo procedente de La Habana y de España,
logrando reunir a más de 2000 hombres, además de algunas piezas de artillería.
Cabe mencionar que, recién consumada la independencia,
Iturbide aprobó la creación del Ministerio de Guerra y Marina, designando a
Antonio de Medina Miranda como el primer Ministro de Estado del Despacho de
Guerra y Marina. Además, el Almirante Generalísimo ordenó la formación de un
batallón de Infantería de Marina y la adquisición de los barcos necesarios para
constituir una Armada. El Capitán de Navío al servicio de México pero de origen
chileno Eugenio Cortés y Anzúa, viajó comisionado a Estados Unidos para
adquirir las goletas Iguala y Anáhuac, las balandras cañoneras Chalco, Chapala,
Texcoco, Orizaba, Campechana, Zumpango, Tampico, Papaloapan y Tlaxcalteca. Así
se formó la primera escuadrilla que actuó en el bloqueo de San Juan de Ulúa.
El 21 de abril de 1822 llegó el Teniente Coronel Juan Davis
Bradburn de origen estadounidense, pero al servicio de la nación, con la goleta
imperial Iguala armada con doce cañones, quien tuvo el privilegio de izar por
primera vez el pabellón nacional. Con
él venía un Cónsul enviado por el gobierno de Estados Unidos, país que había
reconocido la independencia no sólo de México, sino de toda América.
Mientras Dávila estuvo al frente de la guarnición en San
Juan de Ulúa, las relaciones entre las autoridades del puerto y la fortaleza
fueron siempre cordiales. El recién nombrado gobierno mexicano, aunque ya
contaba con los navíos adquiridos en Estados Unidos, éstos no estaban dotados de
artillería adecuada para hacer frente a la Escuadra española, por lo que no se
pudo adoptar ninguna acción hostil en su contra y tampoco fue posible sostener
un bloqueo efectivo sobre Ulúa. La debilidad de la naciente Marina de Guerra se
puso al descubierto, así que la negociación de la capitulación se llevó a cabo
inicialmente con gestiones diplomáticas a través de correspondencia entre
Iturbide y Dávila. El 24 de octubre de 1822 Dávila fue sustituido en el mando
por el Brigadier Francisco Lemaur.
Como estrategia, Santa Anna hizo creer a Lemaur que se
entregaría la ciudad sin resistencia. Indignado el español por el engaño,
ordenó el primer bombardeó a la ciudad que se efectuó la madrugada del 27 de
octubre de 1822, sin importarle la población civil, lo que provocó que el 9 de
noviembre el Consejo Imperial ordenara por decreto la intimación para lograr la
capitulación del Castillo.
La situación entre las autoridades de la Fortaleza y del
puerto se agudizó, surgiendo la disputa por la posesión de la Isla de
Sacrificios, ya que Lemaur argumentó tener derecho territorial sobre la isla,
advirtiendo que la ocuparía. Así, el 8 de agosto de 1823 el Ministro de Estado
y del Despacho de Guerra y Marina, General José Joaquín Herrera, giró órdenes
al General Guadalupe Victoria, designado Comandante General de la Provincia de
Veracruz, para que ocupara la Isla de Sacrificios poniendo a su disposición
tres lanchas cañoneras ubicadas en Alvarado, armadas con todos los marinos
disponibles.
De Puebla se le enviaría el 8° Regimiento de Infantería y
parte del 9°. Se le instruyó que si Lemaur ocupaba la isla antes que sus
tropas, hiciera las reclamaciones más enérgicas a los representantes españoles
con quienes se estaba negociando, aclarando que la única solución posible del
conflicto era la rendición del Castillo y la devolución de la isla que Lemaur
había declarado como de su jurisdicción. El mando político nacional no tenía
idea clara de la situación en que se encontraba la escuadra naval misma que, en
cuantas ocasiones tuvo oportunidad, se mantuvo a la vela, a pesar de la falta
de recursos y de gente de mar que dificultaba cumplir los requerimientos
ordenados.
En ese mismo mes, el Comandante General de la Marina José de
Aldana, recibió órdenes de Victoria para preparar los escasos buques que
constituían la escuadrilla nacional, con el fin de implementar una estrategia
para atacar a los españoles que pretendieran prestar auxilios a Ulúa. Fue la
Escuadrilla Nacional quien hizo el esfuerzo de enfrentar esta misión, en medio
de la falta de paga de la marinería, la leva obligada, la insubordinación y las
condiciones insalubres de las unidades, que provocaron la deserción de las
tripulaciones.
El 22 de septiembre de 1823, la guardia del muelle le
informaba al gobernador que la guarnición española de Sacrificios había
abandonado la isla, luego de arriar su bandera. También se mencionó que las
balandras cañoneras nacionales, bajo el mando del Teniente de Navío Francisco
de Paula López, habían quedado bien fondeadas, situándose a tiro de cañón de
Mocambo y de Sacrificios, ordenando que por ningún motivo se desembarcara. Sin
embargo, la decisión de romper las negociaciones ya había sido tomada por
Lemaur.
Con el rompimiento de relaciones y suspensión de pláticas,
la población de Veracruz cansada de las agresiones presionó a las autoridades
del puerto para que se impidiera toda comunicación, auxilio militar, médico o
alimenticio a las tropas de Ulúa. Todo esto provocó que Veracruz sufriera el
segundo bombardeo el 2 de septiembre de 1823.
Los cañoneos contra el puerto afectaron sobre todo a la
población civil, las caravanas de gente huyendo cargando las pertenencias que
lograron salvar, fue una visión dantesca, ya que ancianos, niños y mujeres
salieron huyendo bajo el fuego enemigo. Estas circunstancias evidenciaron al
gobierno la necesidad vigente de adquirir más embarcaciones de guerra para
bloquear y atacar a la Fortaleza con éxito.
La Escuadra Nacional interceptó varios buques que pretendían
llegar a la Fortaleza con auxilio para los sitiados, impidiendo también la
salida de las falúas de Ulúa, mismas que al querer abastecerse de víveres,
solicitaban ayuda a cualquier buque mercante o de guerra que se acercara. Las
balandras nacionales no cesaban de hostigar a la Fortaleza, acercándose a medio
tiro de cañón y la rodeaban para disparar con sus reducidos cánones,
recurriendo a la táctica de pegar y correr. La actuación de la Escuadra fue
reconocida por su victoria, ya que estaba cumpliendo eficazmente con la orden
de bloqueo emanada del Ministerio de Estado y del Despacho de Guerra y
Marina. En este segundo cañoneo al Puerto de Veracruz, la Escuadra estuvo
muy activa los meses de septiembre, octubre y parte de noviembre, hasta que el
General Guadalupe Victoria la envió a Alvarado para refugiarse de los vientos
del norte.
El 3 de septiembre de 1823, algunas embarcaciones
extranjeras quisieron fondear en la zona pero el fuego del Baluarte Concepción
ubicado en el puerto se los impidió, aunque era evidente que hacía falta una
presencia naval más eficaz. El Supremo Poder Ejecutivo emitió varios decretos
los cuales dictaban que todos los buques mercantes españoles abandonaran los
puertos mexicanos y los de guerra fueran apresados. Con la intención de
dificultar la entrada de buques por el canal, se ordenó instalar algunas piezas
de artillería y tres lanchas en Punta Gorda y dos o tres más en Mocambo.
Asimismo, se dispuso el cierre absoluto del Puerto de Veracruz, reubicándose la
aduana en Boca del Río. Ese mismo día, el Capitán José de Aldana entregó el
mando del Departamento de Marina y de la Escuadra de Veracruz al Capitán de
Fragata José María Tosta.
Paralelamente a estos acontecimientos, el 4 de octubre de
ese año, arribo a las inmediaciones de Veracruz la corbeta inglesa Fyne,
comandada por el Capitán J.H. Roberts, con el objetivo de proporcionar ayuda y
transportar a ciudadanos de la Corona británica que quisieran salir de la
ciudad, así como fungir de mediador en el conflicto.
Lemaur pretendió sacar ventaja de esta situación, exigiendo
al General Guadalupe Victoria ceder la Isla de Sacrificios y su fondeadero, la
suspensión de las obras de fortificación del puerto y además, la retirada de
las balandras cañoneras nacionales que impedían que llegaran los buques
mercantes al Castillo para proveerles de lo más necesario, peticiones que el
General Guadalupe Victoria no aceptó. Al darse cuenta Lemaur que sus exigencias
no habían dado resultado, cambio su estrategia adoptando una actitud más
humilde al pedir una tregua argumentando la escasez de alimentos en el Fuerte.
El gobierno contestó categóricamente que no habría ninguna consideración,
reiterando que no se permitiría la salida de la fortaleza a ninguna persona,
hasta no conseguir su rendición.
Todos estos sucesos llevaron a que el 25 de octubre de 1823,
se decretara oficialmente el estado de bloqueo a Ulúa, que obligaba a los
buques españoles a salir de los puertos mexicanos en un periodo de 24 horas o
de lo contrario serian hostilizados por los buques nacionales; prohibía a todos
los individuos de cualquier clase establecer relaciones con la guarnición y
vecindario de San Juan de Ulúa; los buques españoles que no cumplieran con este
decreto o que intentaran llegar a otro puerto nacional o de Colombia serían
apresados.
Después de más de tres años de la toma de Ulúa por parte de
las tropas españolas, éstas empezaron a fugarse y al llegar al Puerto de
Veracruz fueron interrogadas y proporcionaron información de las condiciones
del Fuerte. El General Guadalupe Victoria tuvo conocimiento de que había llegado
de La Habana una escuadra comandada por el Capitán Juan Bautista Topete,
trayendo para la Fortaleza una gran cantidad de municiones para sus cañones y
morteros. Supo también que Lemaur había enviado el 18 de marzo de 1824 dos
botes con la bandera española a la Isla de Sacrificios, mismos que no pudieron
pasar debido a los disparos provenientes de la batería de Mocambo. Esta
provocación dio el pretexto a Lemaur para asestar ese mismo día el tercer
bombardeo contra Veracruz, tomando a la ciudad desprevenida a pesar de los
avisos promulgados por el General Guadalupe Victoria, suspendiéndose el fuego
el 30 de marzo. La desesperada defensa que sostuvo el puerto de Veracruz le dio
el mérito de ganar su primer galardón de ciudad heroica.
Luego de un año de estar participando en el bloqueo a Ulúa,
la Escuadra Nacional permaneció resguardada en Alvarado, tratando de completar
sus requerimientos e impedida para operar regularmente por encontrarse en
reparaciones. El Capitán Tosta envió avisos a los jefes de Tampico, Tuxpan,
Alvarado y Tlacotalpan para que apoyaran con personal para la Escuadra. Al no
poder resolver las necesidades de personal, tuvo que recurrir al método de
enganchamiento forzado, ordenando que de los desertores del Ejército Nacional
capturados y enviados a Veracruz, se tomaran 200 hombres para destinarlos al
Batallón de Marina de la Escuadra Nacional.
Para el 7 de noviembre de 1824, Tosta al mando de la
escuadra y el General Manuel Rincón como representante del Gobierno, ya se
encontraban en Mocambo para organizar la ocupación de Sacrificios y detallar el
apoyo logístico para estrechar el cerco a Ulúa, mismo que se llevó a cabo al
día siguiente. De inmediato se levantó un fortín para instalar la artillería,
hornos para bala roja y el asta donde se izó la Bandera Nacional. Tosta se
dirigió a la Isla de Sacrificios por órdenes del General Rincón, a fin de
acondicionar un espacio para el anclaje seguro de las naves que llegarían a
apoyar el bloqueo.
A mediados de diciembre, Tosta designó al Primer Teniente
Francisco de Paula López el mando de la escuadrilla y de la operación del
bloqueo, a bordo de la goleta Iguala y acompañado de la goleta Anáhuac y dos
balandras. El tamaño y la cantidad de las embarcaciones asignadas era
insuficiente, la verdadera importancia radicó en el efecto psicológico que tuvo
sobre la moral de la guarnición atrincherada en Ulúa, quienes hasta ese
momento, creían casi imposible que los mexicanos pudieran operar sus naves.
El bloqueo continuó y empezó a rendir frutos, ya que a
mediados del mes de noviembre llegó nadando a Veracruz un prisionero fugado de
la Fortaleza quien informó que en Ulúa se encontraba una guarnición de 270
hombres enfermos de escorbuto y fiebre amarilla, incluyendo a Lemaur y 100
hombres sanos prestos a disparar los cañones. Informó también que Lemaur había
solicitado auxilio a La Habana, esperando que en veinte días llegara el apoyo y
de no ser así, rendirían la Fortaleza. El 28 de enero de 1825 Lemaur fue
relevado de su cargo de gobernador de la Fortaleza por el Brigadier José
Coppinger; quien se hizo cargo de una situación cada vez más difícil.
El Capitán de Fragata Pedro Sainz de Baranda y Borreyro fue
designado como Comandante General del Departamento de Marina de Veracruz,
tomando posesión del mando el 16 de agosto. Conociendo la situación de la
escuadrilla, se dio a la tarea de organizarla lo mejor posible. El mando de la
escuadrilla destinada a hacer frente a Ulúa, pasó a manos del oficial Francisco
de Paula López el 15 de diciembre.
En septiembre, Coppinger con la mediación de Juan Welsh,
Cónsul ingles en Veracruz, entabló comunicación con el General Barragán para
pedir una tregua, sin obtener resultados. El 19 de septiembre de 1825, zarpó de
La Habana un convoy naval español, compuesto por las Fragatas Sabina y Casilda
y la Corbeta Aretusa, acompañadas de dos bergantines mercantes que
transportaban víveres. Estas embarcaciones se avistaron en Ulúa el 5 de octubre
y al ser reconocidas por la Escuadra Mexicana fondeada en Sacrificios, se
alistó todo lo necesario para el combate.
La avanzada que Sainz de Baranda destacó la madrugada del 6
de octubre de 1825 para hacer frente a las naves españolas, estuvo al mando del
Capitán inglés de Marina Carlos Smith y fue integrada por la fragata Libertad,
los bergantines Victoria y Bravo; las goletas Papaloapan, Tampico y Orizaba; el
pailebot Federal y la balandra Chalco. Fue el 11 de octubre cuando se
presentó nuevamente la Escuadra española: a las diez de la mañana comenzó la
aproximación frente a frente y, luego de cuatro horas, los españoles se
hicieron de la vuelta de afuera retirándose de las inmediaciones de Ulúa
para regresar a La Habana.
Al quedar desamparado por la escuadra que venía a
auxiliarlo, Coppinger no tuvo otra salida más que la capitulación del fuerte,
cuya acta se firmó el 17 de noviembre de 1825, y para el día 23 fue arriada en
el Castillo la bandera española. El General Miguel Barragán izó el Pabellón
Nacional y ordenó una triple salva de veintiún cañonazos, quedando registrada
esta fecha como la de la capitulación.
El 21 de noviembre de 1991 el entonces Presidente de la
República Licenciado Carlos Salinas de Gortari, tuvo a bien expedir el decreto
para que se conmemorara el 23 de noviembre como el día de la Armada de México.
Consideró que la mejor forma para difundir entre la población el cariño, el
respeto y la admiración por nuestros héroes e instituciones, debía ser
dedicando una fecha para recordar la gesta heroica realizada por el Capitán de
Fragata Pedro Sainz de Baranda y de los hombres que comandaba.
Como reflexión solo resta recordar que los conquistadores
españoles lograron tomar la gran Tenochtitlán en 1521 solo por la visionaria
sagacidad de Hernán Cortes, quien atinó a percibir que la gran ciudad
únicamente sería tomada con el auxilio de un cerco naval. A este propósito
dedicó sus esfuerzos y en un tiempo récord para la época, pronto dispuso de los
trece famosos bergantines que ayudaron a sitiar y tomar la orgullosa capital
del Imperio Mexica. Nadie en ese tiempo se pudo imaginar que la Nueva España
tendría una duración de 300 años y, que precisamente por otro cerco naval, se
habría de expulsar a los españoles herederos de los que nos conquistaron. Como
en 1521, fue un operativo naval el que decidió la plena Independencia de
México. Por ello se reafirma la expresión que dice: Y la independencia se
consolido en el mar.
El siglo XIX es el siglo en el que México dejó de ser una
colonia para pasar a ser un país independiente. Como Nación emancipada del
Imperio Español, México quedó al principio en la orfandad, los capitales habían
salido del país junto con sus dueños y los recursos eran escasos para todo. Las
nuevas instituciones trabajaron con poco o nada de infraestructura, para el caso
del Ministerio de Guerra y Marina las necesidades más apremiantes tuvieron que
esperar hasta que llegaron los préstamos extranjeros. En tales condiciones fue
como nació la Armada Mexicana. Con escasez pero con eficacia, surgió
triunfante, hoy los marinos y el pueblo de México pueden estar orgullosos de
contar con una Armada que cumple a cabalidad con las tareas que la nación le
encomienda.
México 1914.
Desembarco estadunidense en Veracruz
Es pertinente recordar de manera muy breve uno de los
aspectos que permitió un desembarco, hasta cierto punto, sencillo y sin
demasiado peligro para los invasores: una marina de guerra mexicana
prácticamente inexistente.
Una somera revisión de la historia de México durante el
siglo XIX, evidenciará que México ha
sufrido grandes carencias en el aspecto militar. Diversos hechos de armas lo
demuestran. Estas carencias fueron incluso más agudas en términos navales
durante todo el siglo, pues la marina de guerra existió prácticamente sólo en
el papel en el que estaban escritas las leyes, decretos y demás disposiciones
que debían darle vida. En la realidad, sin embargo, el país no contó sino con
escasísimos recursos como para contar con algunos navíos de menor calado para
vigilar las costas, inútiles para las vicisitudes de la guerra. Esto se
comprobó una y otra vez con cada bloqueo que nuestros puertos sufrieron, y
quedaría nuevamente de manifiesto con la ocupación gringa de Veracruz en 1914.
Como muchas otras cosas, esta situación comenzó a cambiar
durante el largo periodo de estabilidad porfiriano. Si bien resultaba en todo
punto impensable competir con las grandes potencias navales de la época, como
Inglaterra, Francia, Italia, Rusia, Japón o EUA, e incluso con armadas menores,
como la chilena, argentina y brasileña, el programa de crecimiento naval que se
bosquejó durante los últimos años del siglo XIX y —principalmente— durante los
primeros del siglo XX, permitieron pensar en el paulatino mejoramiento de la
armada mexicana conforme pasaran los años y atendiendo siempre a lo reducido
del presupuesto.
Como diría el capitán de navío Juan de Dios Bonilla:
La República Mexicana, que por su situación geográfica
interoceánica, debiera tener un pueblo eminentemente aficionado a las cosas del
mar, es un país donde no se ha dado la importancia que merecen, por lo que
México se ha quedado atrás en cuanto se refiere a comercio marítimo propio y a
fuerza naval, en contraste con el progreso de algunas Repúblicas hermanas del
continente americano, pues dado el poco espíritu marinero de nuestro pueblo, se
ha descuidado aquella importante rama de la Administración Pública […] El
descuido de nuestros gobiernos a través de los años, en atender debidamente los
servicios marítimos del país, tanto de guerra como mercantes, ha sido la causa
principal de los fracasos que hemos sufrido, en la mayoría de las veces por
falta de unos cuantos elementos de mar para combatir.
No obstante la escasez de recursos que se destinaron a los
temas náuticos del país, se hicieron algunos esfuerzos para fomentarla, como el
decreto de 1854 que Santa Anna dio para la organización de la Marina de Guerra,
y otras disposiciones para que se estableciera en Isla del Carmen una Escuela
Náutica “para la enseñanza de la juventud que se destine al servicio de la
Marina Nacional”, a la cual se le añadirían dos Colegios Náuticos, uno en la
fortaleza de San Juan de Ulúa y otro en Mazatlán. Anteriores a estos, había existido un
colegio para estudios de náutica en Tlacotalpan en 1825, otro más establecido
en Tepic en 1840, y uno más fundado en 1832 en Campeche, pero que no pudo
comenzar a funcionar sino hasta 1841. Estos establecimientos funcionaron de
manera intermitente y con ciertas carencias durante varios años, pero estos
asuntos comenzaron a tomarse con mayor seriedad al acercarse el cambio de
siglo. En 1889 se fundó la Escuela Naval Militar en el puerto de Veracruz,
estableciéndose cursos semestrales con grupos de 50 alumnos. Durante los
primeros años del Porfiriato, además, se hicieron esfuerzos por incentivar la
marina mercante, por lo cual el gobierno suscribió una serie de servicios
marítimos entre diversos puertos del país con el extranjero, y elevar así el
tráfico comercial.
Fue en esta época también cuando se iniciaron las compras de
diversos navíos cuyos fines serían servir en la marina de Guerra. Entre ellos
pueden mencionarse los cañoneros Libertad, Independencia, México,
y Demócrata (1874); el cañonero — que fue designado después como
corbeta-escuela—Zaragoza (1891); el transporte de guerra Oaxaca (1893)
y el velero Yucatán (1897), que sería destinado a ser un
buque-escuela.
Estos esfuerzos se vieron redoblados al iniciar el nuevo
siglo con la llegada del general Bernardo Reyes a la Secretaría de Guerra y
Marina, pues emprendió una serie de reformas para el mejoramiento de todo el
ministerio bélico bajo su mando, lo que no dejó fuera, como puede suponerse, a
la Marina de Guerra.
Para empezar, se decretó en 5 de junio de 1900 la Ley
Orgánica de la Marina Nacional, que pretendió dar mejor orden y reglamentación
a todo lo que tuviera que ver con los asuntos náuticos de la nación, así fuese
mercante como de guerra. Entre sus consideraciones podemos ver los objetivos
que dicha ley se planteaba lograr, como mejorar la Marina Militar con los
recursos existentes, preparándola para el desarrollo gradual que se le iría
haciendo conforme prosperaran los recursos de las nación y lo exigieran las
necesidades del servicio público; contribuir con el ejército al sostenimiento
del orden público (recordemos la campaña que se estaba llevando a cabo en
Yucatán) y hacer respetar las leyes y tratados internacionales. Para esto, se
demandaba la renovación del material de guerra existente y mejorar la eficacia
de los establecimientos de enseñanza, lo cual garantizaría la defensa
“meditada” de las costas.
Y para que lo anterior no se quedara en papel como otras
tantas disposiciones similares en el pasado, se procedió a bosquejar un primer
plan para la mejora del material flotante tanto en el Golfo como en el
Pacífico, el cual consistió en la adquisición de cuatro cañoneros para cada uno
de los mares, dos torpederos, seis lanchas de vapor, entre otros. De esta
manera, se hizo un contrato de compraventa entre (firmado el 19 de junio de
1900) entre el secretario de la Guerra en representación del Ejecutivo Federal,
y el Sr. Lewis Nixon, dueño de un astillero llamado The Crescent,
situado en Elizabeth Port, New Jersey, Estados Unidos, en el cual este último
construiría y entregaría un cañonero-transporte de mil toneladas de
desplazamiento, para lo cual se sentaron dieciocho bases en las cuales se
especificaron plazos, características y entrega del navío. Aunque
parece ser que dicho contrato se modificaría ligeramente, pues la Comisión
Inspectora que se formó para vigilar la correcta construcción de esta nave,
terminaría supervisando uno más (cañonero núm. 2). Estos importantes hechos fueron también
utilizados como elementos apologéticos y de propaganda para el régimen de Díaz
pues, casualmente, ambos cañoneros habrían de ser botados al agua el mismísimo
día en que don Porfirio cumplía años, es decir, el 15 de septiembre de 1901.
Para completar el plan de desarrollo naval impuesto por la
Ley Orgánica expedida en 1900, se procedió a elegir un astillero distinto al
estadounidense para la construcción de los dos cañoneros restantes. El elegido
fue el astillero italiano Nicolo Odero fu Alessandro, de Sestri
Ponente para los cañoneros 3 y 4 de poco más de mil toneladas de
desplazamiento, los cuales fueron entregados en
1904, y para los cuales también existió una comisión inspectora que
supervisaría los trabajos de construcción.
Desafortunadamente y por motivos políticos, el general Reyes
debió de renunciar a su puesto como Secretario de Guerra en diciembre de 1902,
lo que dejó trunco el plan de desarrollo previsto no sólo para la Marina de
Guerra, sino para todo el aparato bélico bajo su mando. Los cañoneros 3 y 4 se
entregaron posteriormente a su salida del Ministerio, pero a partir de ahí no
hubo nuevas adquisiciones para engrosar la flota de guerra, ni mejoras en las
escuelas e instituciones encargadas a la instrucción náutica, a pesar de cierta
bonanza en las finanzas de la hacienda mexicana.
En estas condiciones encontraron los estadounidenses las
defensas navales de México en 1914, razón por la cual resultaba una quimera una
defensa efectiva de la plaza de Veracruz. Incluso si se hubiese mantenido un
plan gradual de desarrollo como lo había previsto Reyes, el país habría contado
con unos 15 o 20 cañoneros en total, es decir, entre 7 y 10 cañoneros para cada
mar (Golfo y Pacífico), una cifra por completo insuficiente para hacer frente a
la de los Estados Unidos, compuesta en aquellas fechas, por unos 31 acorazados,
10 cruceros acorazados, 27 cruceros, 34 cañoneros, 35 destructores y 20
submarinos.
Evidentemente nuestro vecino del norte no habría desplegado
la totalidad de su flota para bloquear Veracruz, por lo que una política de
desarrollo naval en México implementado desde inicios del Porfiriato habría
dado buenos resultados al planear una defensa más efectiva del que entonces era
el puerto más importante de México.
Marina
y Revolución
Uno de los episodios de los que más se ha escrito de la
Historia de México es sin lugar a dudas
el de la Revolución Mexicana y con motivo del Centenario de éste histórico
evento se han dado a conocer infinidad de publicaciones; desde los aspectos de
género, la cultura, el marco jurídico y de la historia militar, entre otros, y
se tiene el conocimiento de que la Revolución Mexicana fue un movimiento
eminentemente terrestre. Poco se sabe y casi nada se ha publicado acerca de la
participación de la Armada Mexicana en este importante acontecimiento.
Desde el surgimiento de México como país independiente, la
Armada Nacional careció de lo más elemental para cumplir con sus objetivos
fundamentales: salvaguardar la soberanía en los litorales nacionales. Después
de varias décadas de vivir en la zozobra con guerras civiles e intervenciones
extranjeras y arrastrando la escasez constante de recursos. Durante el
porfiriato, la Armada Nacional recibió un impulso poco significativo por su
condición de ser simplemente una dependencia de la Secretaría de Guerra y
Marina; sin embargo fueron elementales para establecer los cimientos de su
infraestructura, con la creación de la Escuela Naval Militar, la adquisición de
buques de guerra, el Arsenal Naval, el Varadero de Guaymas y la Estación de
Torpedos entre otras obras.
Al iniciar la revolución, la Armada Nacional,
independientemente de que la Escuela Naval de Veracruz ya había egresado
algunas generaciones de Jefes y Oficiales, contaba con escaso personal y con
una infraestructura limitada y disponía de pocos buques de guerra, los cuales,
eran insuficientes para la vigilancia de las extensas costas y litorales del
país. Desde 1910, los recursos para la Armada una vez más fueron austeros,
básicamente por la inestabilidad política y económica que provocaron los
levantamientos revolucionarios y contrarrevolucionarios. A partir de esta
situación es que pudieron observarse a algunos marinos dentro del gobierno y en
los distintos grupos revolucionarios.
Al establecerse el gobierno de Francisco I. Madero, algunos
marinos estuvieron cerca del Presidente, tal fue el caso del Capitán de Navío
Hilario Rodríguez Malpica Segovia, quien desempeñó el cargo del Estado Mayor
Presidencial y se mantuvo a su lado en los momentos más delicados de su
gobierno, ante los problemas ocasionados por las insurrecciones, como la
encabezada por Félix Díaz, en el puerto de Veracruz, lugar en donde se
encontraba fondeada la Escuadra Nacional, conformada por los cañoneros Bravo,
Veracruz y Morelos; la corbeta Zaragoza y el guardacostas Melchor Ocampo, al
mando del Comodoro Manuel Azueta Perillos quien hizo gala de su honor y su
lealtad, cumpliendo con su deber al imponer el orden en el puerto utilizando el
poder de los cañones de sus buques con la finalidad de detener la huída de los
presos que se habían escapado de la cárcel de San Juan de Ulúa y custodiando algunos sitios estratégicos, para
evitar que el General Díaz tomara el puerto.
Durante la Decena Trágica, a pesar de la influencia ejercida
por el General Victoriano Huerta para poder adherir a sus fuerzas golpistas a
un mayor número de elementos, los marinos permanecieron leales al Supremo
Gobierno, tal fue el caso del Vicealmirante Ángel Ortiz Monasterio y del
General José María de la Vega, quienes estuvieron presentes en las batallas que
se libraron en Palacio Nacional y La Ciudadela, el primero de ellos, incluso
fue arraigado en su casa, al mantener su postura a favor de Madero. El
Intendente de Palacio Nacional Adolfo Bassó, quien fuera Capitán de Corbeta en
la Armada Nacional durante algunos años, se distinguió por su valor y su arrojo
durante la ofensiva rebelde; el 9 de febrero de1913, desde su posición de
ataque en el palacio, ultimó a Bernardo Reyes, por lo que al triunfo de
Victoriano Huerta fue solicitado por los hombres de Félix Díaz en La Ciudadela
en donde fue fusilado, a manos de la sanguinaria turba que dio muerte a Gustavo
A. Madero.
En Mazatlán, Sinaloa, las tripulaciones de los cañoneros
Morelos y General Guerrero, se emplearon a fondo al realizar varios desembarcos
con el objetivo de que los revolucionarios tomaran las plazas de Mazatlán y
Guaymas, entre ellos, el Primer Teniente Arturo Lapham, el Segundo Teniente
Manuel Azueta Abad, hijo del Comodoro Manuel Azueta Perillos, y el joven marino
Hilario Rodríguez Malpica Sáliva, quien pocos meses después, se adhirió al
movimiento constitucionalista encabezado por Venustiano Carranza, posiblemente
debido a que su padre había sido Jefe del Estado Mayor de Madero y a la forma
poco ortodoxa de Huerta de tomar el poder.
En las costas del noroeste de México, el 24 de febrero de
1914, Rodríguez Malpica Sáliva, al ser oficial del cañonero Tampico, aprovechó
la oportunidad para tomar el buque y defeccionar a favor de la Revolución. Al
asumir el mando del cañonero estableció contactos con las autoridades del
gobierno de Sinaloa, para recibir el apoyo del Primer Jefe Constitucionalista,
cuyo objetivo fundamental era tomar posesión de algunas plazas como Mazatlán. El Gobierno Federal, rápidamente
ordenó a los Cañoneros Morelos y General Guerrero terminar con la sublevación;
en un primer combate naval, el cañonero Tampico recibió serios daños e incluso
quedó varado frente a las costas de Topolobampo, durante las obras de
reparación recibió la visita del General Álvaro Obregón, Jefe del Cuerpo
Constitucionalista del Noroeste, quien fue testigo de los ataques del Ejército
Federal sobre el cañonero insurrecto.
Las averías del cañonero Tampico no se pudieron reparar del
todo y para el segundo combate naval que se verificó el 16 de junio de 1914,
fue un factor fundamental para la derrota de los marinos revolucionarios.
Hilario Rodríguez Malpica Sáliva, quien fue ascendido a Capitán de Navío por el
Primer Jefe Constitucionalista Venustiano Carranza, antes de ser aprehendido
decidió darse un tiro y con ello, se perdió la posibilidad de que la División
del Noroeste contara con presencia naval en el litoral del Pacífico.
Hundimiento de
Buques. Durante el gobierno
huertista, los buques de guerra de la Armada Nacional tuvieron una actividad
constante por los litorales del país, en el Pacífico, el cañonero Tampico
después de recibir la ofensiva de General Guerrero se hundió frente a las
costas de Topolobampo; el Morelos al quedar varado cerca de Isla de piedra
recibió el fuego de las fuerzas constitucionalistas, ambos prácticamente
quedaron inservibles. En el litoral del Golfo de México, el cañonero Veracruz
tuvo que ser echado a pique para evitar que la ofensiva revolucionaria
alcanzara la retirada que emprendió el Ejército Federal al verse derrotado y en
la Península de Yucatán el transporte Progreso sufrió un atentado de bomba que
lo dejó varado temporalmente, atribuido presuntamente a los rebeldes locales
encabezados por el General Abel Ortiz Argumedo, quien defendió los intereses
oligárquicos de la región en contra del constitucionalismo. Hacia 1915, la
Armada Nacional con la pérdida de tres buques de guerra y al contar con un
corto número de ellos disminuyó considerablemente su presencia en los mares del
país.
El gobierno de los Estados Unidos, desde el inicio de la
Revolución manifestó su preocupación por la situación política en México y por
los daños ocasionados a las propiedades de inversionistas norteamericanos en el
país, por lo que simpatizó con el movimiento contrarrevolucionario de Félix
Díaz y Victoriano Huerta, con el avance del Ejército Constitucionalista, poco a
poco retiró su apoyo y las relaciones diplomáticas entre ambos países fueron
cada vez más tensas y el estado de guerra en el país se mantuvo vigente por lo
que el Presidente Taft decidió mandar a la Armada de su país, como una medida
de presión al gobierno huertista, los buques de guerra se fondearon en el
puerto de Tampico y posteriormente ocuparon el de Veracruz; el 21 de abril de
1914 desembarcaron y tomaron los edificios principales del puerto.
Uno de los personajes más distinguidos de la Armada Nacional
durante la Intervención Norteamericana fue el Comodoro Manuel Azueta Perillos,
quien se encargó de dirigir la defensa de la Escuela Naval Militar que se
ubicaba en las cercanías del puerto, al llegar al plantel arengó a los Cadetes
con el grito de: ¡Viva México!, ¡Viva México!, ¡Viva México!, ¡A las armas
muchachos!, ¡la patria está en peligro![2]
Por su parte, los Cadetes con una actitud heroica combatieron al enemigo
norteamericano. Virgilio Uribe fue víctima de dos impactos de bala, uno de
ellos en la cabeza, el cual le quitó la vida horas después [3] y el Primer
Teniente José Azueta Abad, uno de los hijos del Comodoro, perdió la vida al
batirse con heroísmo, después de haber tomado una ametralladora en las
cercanías de la escuela y disparar sobre los norteamericanos, fue herido de
muerte. Durante los últimos días de su vida, como una muestra más de
patriotismo, se negó a recibir ayuda médica de los marinos norteamericanos y
murió el 10 de mayo de 1914.
La presión del gobierno norteamericano con la presencia de
su Armada compuesta por los buques de guerra, las tropas de Marinería y de
Infantería de Marina, en el puerto de
Veracruz; así como la avanzada implacable del Ejército Constitucionalista a la
Ciudad de México, fueron los motivos fundamentales de la renuncia de Victoriano
Huerta a la Presidencia de la República, el 15 de julio de 1914. Al mes
siguiente, en la periferia de la capital, el General Álvaro Obregón se reunió
con Jefes y Oficiales del Ejército Federal para acordar el final de las hostilidades, entre ellos se
encontraba, en representación de la Armada Nacional el Vicealmirante Othón P.
Blanco, quien fue uno de los que firmaron los Tratados de Teoloyucan en donde
se acordó el licenciamiento del Ejército Federal. En lo que corresponde a la
Armada, los buques de guerra quedaron bajo las órdenes del Jefe
Constitucionalista, así como los Cadetes de la Escuela Naval Militar, los
cuales estaban alojados en el Colegio Militar después de su heroica
participación en la defensa de su plantel.
A pesar de su triunfo, el Ejército Constitucionalista
manifestó serias divisiones entre sus Comandantes y tuvo como consecuencia la
separación de Francisco Villa y Emiliano Zapata. Esto repercutió entre los
marinos que habían sido tripulantes de los cañoneros Morelos, Guerrero y
Veracruz, quienes se encontraban en las filas constitucionalistas, porque en
los Tratados de Teoloyucan se había estipulado que quedarían bajo las órdenes
de Venustiano Carranza, pero como no gozaban de la confianza del General Álvaro
Obregón, por los enfrentamientos previos entre ellos, en Mazatlán, Topolobampo
y Guaymas, salieron de la Ciudad de México y posteriormente se integraron a las
filas de Francisco Villa.
Entre las filas de los ejércitos revolucionarios se
encontraron algunos marinos de la Armada Nacional; con Villa integraron el
Sector Marina, los Comodoros Ignacio Torres y Antonio Ortega y Medina, así como
el Vicealmirante Othón P. Blanco, el Capitán de Navío Luis Izaguirre, el
Capitán de Fragata Luis Hurtado de Mendoza y el Primer Maquinista Antonio B.
Argudín Corro, entre otros, algunos de ellos participaron en la Batalla del
Ébano y se les designó en Chihuahua la seguridad del General Villa; además de
que fungieron como asesores del Centauro del Norte, concientizándolo sobre la
importancia de contar con un buque de guerra, al servicio de la causa
revolucionaria. Uno de los marinos protagonistas, Álvaro
Sandoval Paullada, afirmó que en el
movimiento zapatista también hubo presencia de algunos marinos que incluso
fueron llamados “las Liebres Blancas” posiblemente porque en campaña utilizaron
los uniformes blancos característicos de las tripulaciones de los barcos de
guerra mexicanos. Los marinos que menciona Sandoval Paullada en su obra son: Manuel
Loaeza y Antonio Medina.
Las derrotas de los movimientos villista y zapatista a manos
de los constitucionalistas, consolidaron el liderazgo de Venustiano Carranza,
cuyos ideales reformadores le valieron acordar con el Congreso de la Unión, la
realización de un Congreso Constituyente que dio como resultado la promulgación
de una nueva Carta Magna, promulgada el 5 de febrero de 1917.
NACIONALIZACIÓN
DE LA MARINA DE GUERRA
En su contenido, en materia naval y marítima, destacó el
artículo 32 constitucional, en el cual se ordenó la nacionalización de la
Marina de Guerra, requisito obligatorio para desempeñar cualquier cargo o
comisión en un barco de guerra o
mercante, la tripulación primera embarcación en cumplir con dicha disposición
fue el buque Tabasco, al mando del Capitán de Navío Rafael Izaguirre
Castañares.
Con el triunfo de la revolución Constitucionalista, se
inició la organización del gobierno en su conjunto, con respecto a la Marina de
Guerra, se hizo el nombramiento del Comodoro Hilario Rodríguez Malpica como
Jefe del Departamento de Marina; asimismo, se restablecieron los Departamentos
Marítimos del Golfo y del Pacífico y se adquirieron algunos buques de guerra,
ante la necesidad de mantener la seguridad en los mares mexicanos. Aunque los
problemas políticos no dejaron de ser la constante en la política mexicana, la
Armada Nacional vivió un momento de reorganización durante el gobierno de
Venustiano Carranza, pero conservando su estructura original, después de diez
años en que la Armada prácticamente aletargó el crecimiento que se había
verificado en los años anteriores a la Revolución.
Los marinos durante la revolución observaron el ambiente
convulsionado que se vivió en las altas esferas políticas por la diversidad
ideológica, las luchas intestinas por el poder y por consecuencia, la
inestabilidad en el gobierno que se vio reflejada en los marinos, los cuales,
al inicio de la Revolución se mantuvieron leales a los gobiernos
constitucionalmente establecidos, pero después de los Tratados de Teoloyucan
estuvieron presentes en las distintas facciones revolucionarias y su
participación fue valiosa para lograr más adelante que la Armada no sufriera su
disolución y una mayor representación en las tripulaciones de los buques de
guerra y mercantes con la aprobación del artículo 32 de la constitución
promulgada el 5 de febrero de 1917.
COMENTARIOS
La Marina o Armada es un reflejo de la realidad
que vivimos, desde el Siglo XIX se
percibía que México debía ser una Nación marina, dada la magnitud de sus litorales; pero aún no se ha entendido, aceptado y
actuado esta condición. Actualmente se
tienen importantes necesidades que cubrir y todavía no se hace lo necesario
para cumplir con esta obligación, la considero
así porque se debe proteger y, no sólo en los discursos, la soberanía y los recursos patrimonio de la
Nación, a saber, el petróleo,
los recursos pesqueros, los recursos minerales, la flora y fauna marina; en los 80 y 90 era frecuente enterarse que
había barcos pesqueros asiáticos con barcos fábrica que hacían capturas y
procesos de cantidades importantes de peces de nuestros cardúmenes y no sé si
tenían la complacencia o la autorización de las autoridades (?) de ese entonces
y si la presidencia sabía o los habían cegado con "papeles verdes”.
Una situación extraña es el hecho de que la
Secretaría de Marina tiene su sede en la Ciudad de México, será que Chapultepec o Xochimilco deben ser
las bases de los destructores, cruceros, portaaviones, submarinos y demás flota
de la marina mexicana, el secretario
respectivo teme descompensar su presión o le afecta la temperatura y humedad
elevada de algunas costas, siente
nostalgia por las tortas de tamal, el presidente teme que nos puedan invadir
por el canal de Cuemanco o qué razones secretas habrá?
Sé que hay marinos profesionales comprometidos
con su profesión, pero no es suficiente
que los “operacionales” cumplan cuando el liderazgo tiene otras
preocupaciones, que tal vez sean válidas
pero no se percibe la razón de sus acciones.
En tanto,
espero que la marinería y sus oficiales mantengan su entrega y
compromiso para con el país; del mismo
modo que los que nos ocupamos de otras tareas y deberes cumplimos con nuestro
compromiso con el país, usamos otro
uniforme y tenemos otros rituales, pero
igual nos preocupa y ocupa (ya empiezo a hablar como loro oficioso, hasta dónde llegaré?) nuestro compromiso y
tareas, aunque sean tan pedestres como
procesar alimentos, administrar,
enseñar, investigar o tantas actividades igualmente importantes pero que no se
perciben.
Un saludo y una felicitación en su día Marinos!
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